Escaping Criticism, Pere Borrell del Caso, 1874

19 d’ag. 2011

En los márgenes.


La pintura me aburre. Me aburre a no ser que esté dotada de una insólita belleza o de aquel “nosequé” que te toca las entrañas. No es fácil hoy en día experimentar esa sensación, en un escenario donde proliferan los cantantes y pintores y, sin embargo, escasea la música y el arte.
Tal vez porque la pintura me aburre o por mi inclinación hacia el arte conceptual – cuestiones que seguramente van parejas- me atrae la pintura que roza los

márgenes, aquella que se rebela contra su propio ser y se niega a quedarse en simple lienzo, sin dejar de ser, por ello, pintura. Eso no es nuevo, desde las primeras vanguardias se ha dado de formas dispares: bien sea a través de la propia materia, añadiendo, por ejemplo, elementos no pictóricos, como el caso del collage cubista, o desde un intento de superación del soporte tradicional, valgan como ejemplo las free standing paintings de Joan Junyer. En más escasas ocasiones podemos encontrar pintura cargada de un fuerte contenido filosófico, como en la obra de Julie Mehretu. Todo ello convive hoy en día con la pintura más pura, a veces dotada de gran fuerza y otras rozando lo que ha dado por llamarse “la estética Zen”, como la obra de Domenico Bianchi, que es, en verdad, de una exquisita delicadeza.
Esa delicadeza la encontramos en la obra de Jorge Cabral, que también se ha catalogado de Zen, cuestión que a mi entender es secundaria aunque no por ello menos cierta. La quietud en el conjunto de la obra de este artista viene dada por el predominio del vacío, un vacío repleto de connotaciones.

En toda su obra encontramos un elemento común: la rama. El árbol diseccionado hasta el límite deviniendo en ocasiones una maraña de ramas perfectamente definidas, en otras sólo se asoman en los márgenes, en otras las ramas son reales: restos de incendios forestales que el artista rescata y presenta otorgándoles un nuevo valor. Sobre lienzo, papel o madera- también maderas recicladas- la rama en ocasiones comparte espacio con fragmentos monocromos, acentuando así un cierto aire abstracto del que participa la maraña de ramas. No es casual que el artista antes practicara la pintura abstracta, su obra ha sufrido el proceso inverso al de Mondrian, que pasó del árbol a la abstracción. Tal vez sea en la quietud donde comulgan una cosa y otra, aquella paz que se respira en el ocaso visto a través de las ramas quietas de los árboles, perfectamente delimitadas a contraluz, de manera que parecen irreales, casi abstractas. A eso me recuerdan algunas obras de Jorge Cabral.

El encanto de esas obras viene dado por la poética del detalle, el detalle de una rama, de un tronco, a veces yuxtapuestos en pequeños fragmentos de madera alineados formando un conjunto que parece un muestrario de quietudes; otras veces asomando en los márgenes, dejando el centro del cuadro vacío, de pura pintura, mientras que se asoman en los lados algunas ramas aquí i allá sugiriendo al espectador una continuación del lienzo que él mismo deberá imaginar, porque el lienzo no es centro sino margen, he aquí la poética del detalle, el encanto del margen, la belleza de la contención.

Estas obras adquieren connotaciones conceptuales, obligan al espectador a participar, a completarlas, desde la pura pintura pero también a través de otras obras no exentas de ironía, como la que presenta un marco vacío, el típico marco dorado de sala de exposiciones tradicional, pintado en un extremo con una pequeña rama, que en su interior presenta una rama real, sobre un soporte de jabón natural, una rama de un incendio forestal convertida en escultura y enmarcada. En la misma línea encontramos la obra “Naturaleza muerta o conserva natural”, consistente en fragmentos de ramas quemadas dentro de tarros de cristal, mezcladas con otras materias naturales, la ironía viene dada por el título, con un guiño, junto a aquel marco, a la historia del arte.

Las luces también se han hecho un hueco en su obra más reciente, como un neón que deviene la copa de un árbol, o algunas lámparas circulares con ramas pintadas en su interior, otorgando calidez al siempre presente aire de quietud que muestra el conjunto de la obra de Jorge Cabral, aquella quietud en que la figuración deviene abstracción, como se manifiesta la naturaleza en los momentos realmente bellos, en los detalles insignificantes, en los vacíos y en los márgenes.

Bel Maria Galmés Burguesa
Agost, 2011